lunes, 22 de abril de 2013

Los ojos de Colin


Un vendedor de películas en la línea H es o era igual a Colin Firth, con esa índole de cortesía y sugestión; con esos ojos prodigiosos y de abrazadora sensibilidad.
Caminaba por el andén y se me acercaba con la oferta: -Señorita?- Cómo me inhibía... sólo disentía con la cabeza, no iba a decirle que me parecía caro, tampoco que no compro películas que miro en Internet.
Luego bajaba y subía al segundo andén, se daba vuelta desde donde estaba, y nos observábamos a través del cristal sucio. Todas las tardes se repetía la historia.
Mientras subía la grada maquinal miraba para abajo, y cual Colin, con ojos fascinantes me miraba detenidamente a los ojos, siempre a los ojos. Únicamente.
Pasaban los días y continuaba pensando en si tenía que hablarle, aunque no sabía realmente que decirle. Si iba a dirigirme, tenía que haber una razón, y la razón era más épica que prudente.
La última vez que lo vi, me miró como requiriendo que le hable, como diciéndome 'ya es hora y no sé por donde empezar'. Ya no tenía su bolso azul, me encontraba perpleja, y sólo seguía sin responder a su semblante.
Me hice la ingenua y abstraída, lo miré sin interés... mientras hablaba con alguien más -Bueno, nos vemos la semana que viene, el lunes voy a estar ahí- Enseguida bajó desganado e inherente del subte, suspiró con un gesto de lamento y esa fue la última vez que no me atreví... fue su último día en el tren, en todo lo que la línea recorre, y no volví a ver sus fornidos ojos nunca más.
Eran como fertilizante para mi ánimo, eran tan expresivos que no me dejaban sentirme distante; como de un artista a su obra, contenía su grandeza. Se esparcía la esencia por lo que nos quedaba de distancia (...) Todavía puedo recordar esos ojos que dejaron su rastro en cada estación.

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