lunes, 22 de abril de 2013

Casa de escarlata


Con mi hermano nunca tuve una buena relación. Lucio solía experimentar con mi inconsciente. Utilizaba infusiones, piezas de hipnosis, bálsamos, entre otras cosas. La última vez fue un té de ruda que dejó sobre la mesa; estaba fuerte, pero sin mosquearme y con gusto me terminé la taza. Me recosté en el jergón, y de pronto colores, texturas, aromas y quimeras invadieron mi mente.
Un montón de animales rabiosos eran impulsados por el torbellino de un mar sangrante que no finalizaba. Sin estimular, desperté. Tenía las piernas y los brazos pesados e inertes. Mientras mi padre me levantaba Lucio acechaba expectante. Nos encaminábamos a la quinta de la abuela Mirna en Las Acarias. Una quinta inmensa, con un gran sauce en el centro del jardín, y un nítido estanque con mandarines. Solíamos ir los viernes en la noche, dormíamos en literas, comíamos pan de viena con almíbar frente al lago y volvíamos el domingo de madrugada.
Volvimos a casa, y al abrir la puerta unos pájaros alborotados salieron surcando. Nos encontramos con una especie de zoológico, estaba repleto de animales en cautiverio. Un pato se paseaba por el pasillo que da al patio, un oso destrozaba la colección de enciclopedia, dos siameses se relamían mientras un persa los miraba enajenado desde el suelo. Me repantigué en el cemento frío y al acariciarlo, me arañó el brazo. Grité de un susto, aunque no me dolió. El incidente despertó a los toros que se abalanzaron hacia mi terno carmesí y me despidieron contra la pared.
Me sentí muy tensa y con dolor abrí los ojos. Vi a mi hermano queriendo persuadirlos y enfurecidos lo golpearon contra las rejas. Luego de una tormenta de ruidos metálicos, comenzó a sangrarle la espalda. Poco a poco se llenó la casa de escarlata. Los toros emergieron junto a todo lo demás, nos llevaba la corriente sin fenecer. Lucio me agarró del brazo, me dio un revulsivo negro y titubeante, bebí del frasco, cerré fuertemente los ojos por un momento. Mientras oía sus disculpas entre borbotones, el mar comenzó a sucumbir; recién volvíamos de la quinta, y tomábamos un té con mi hermano.

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